Cineclub: Películas salvavidas

Además de vivir, también soñamos. Y para eso nos ha servido el cine: para escaparnos. Desde hace más de 100 años, acudimos a cuarto oscuros para fundirnos y confundirnos frente a una pantalla gigante. Igual que el festín de Babette, el cine nos transforma, sembrando en nosotros migas de alegría, nostalgia, duelo, lujuria, gula o incluso avaricia. Porque si algo tiene el cine, es que se atreve por nosotros. ¿A qué? A todo. A salvar a alguien, a viajar al espacio, a cobrarle a alguien sus pecados o a decirle a el amor de tu vida lo que nunca le confesarías… 

Porque se parece a nuestros deseos de carne y hueso, no se detiene: así, el celuloide hoy es también materia pixelada. Y en tiempos complejos como los actuales, nos hace más fuertes, aunque desde pantallas paradójicamente pequeñas -y quizá demasiado pequeñas, del tamaño de un ordenador, una tablet o incluso un teléfono móvil- siendo capaz ahora de ir con nosotros a todas partes. 

Para directores como Martin Scorsese, el cine es ante todo revelación. “Una revelación estética, emocional y espiritual” que gira “en torno a los personajes: la complejidad de las personas y sus naturalezas contradictorias y a veces paradójicas, su capacidad para herirse y amarse unos a otros y, súbitamente, enfrentarse a ellos mismos”. Frente al llamado cine de franquicias, Scorsese, que se atrevió a dirigir una joya como The Irish Man para una plataforma como Netflix (el anticristo del ámbito  tradicionalista), el cine de verdad es el que confronta lo inesperado en la pantalla y en la vida que dramatiza e interpreta, pero sobre todo el que expande la sensación de lo posible en una forma que asume -él y tantos- como artística.

Que el cine nos revele el mundo, que nos regale felicidades tan secretas, personales e intransferibles, capaces al mismo tiempo de ser compartidas por millones de espectadores, se merece no menos que un gran banquete. Por eso, desde que en 2007 nos plegamos a los esfuerzos que supusieron publicar el libro Tabula 35 mm, no dejamos de beber de sus aguas como fuente de inspiración, asomándonos cada vez que podemos a fotogramas como los que, en más de una ocasión, hasta nos salvan la vida en un instante de ensueño.