El bacalao es una de nuestras matrioshkas favoritas. Una muñeca que esconde en su interior otra muñeca que esconde otra muñeca y así, sucesivamente. Cuando practicamos ejercicios de fluidez, le encontramos usos allí donde parece que no los tiene. Con su cola, su piel, su colágeno y hasta sus espinas hemos hecho desde tortas hasta marshmallows, entendiendo que la búsqueda solo acaba para comenzar otra vez.
El bacalao, o esa “momia pisciforme” de la que hablaba el gallego Julio Camba, nos ha obsesionado desde siempre. No en vano, ya en 2003 publicamos un libro para adentrarnos en el infinito mundo de sus escamas. Tratándose de un pescado protagonista de la gastronomía vasca, abordamos sus aguas desde disciplinas como la literatura, la arquitectura, la ciencia o la historia; en medio de un proyecto de colaboración en el que participaron el escritor Manuel Vázquez Montalbán, el arquitecto Iñaki Begiristain, el investigador Christian Coulon, la historiadora Selma Huxley y hasta el jugador de golf José María Olazabal.
¿Qué tanto se puede hacer con un bacalao? Nos lo seguimos preguntando, entendiendo que la fluidez con la que somos capaces de pensar en algo constituye una buena herramienta creativa, amplía miras y posibilidades frente a eso que parece limitado, escaso o incluso de toda la vida.
Por eso, escogimos un objeto que se ha convertido en cotidiano, la mascarilla, y animamos a nuestra comunidad a que lo miraran con una mirada distinta para identificar nuevos usos que se le pueden dar, aparte de protegernos. Y les preguntamos: ¿Qué usos inusuales le podrías dar a una mascarilla?
Aquí algunas de las respuestas: