Preciso, conciso, pero cargado de significado y tensión. Así es el buen microrrelato, especie de “menos es más” de la literatura, que tanto creció gracias al trabajo de autores como colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar o el mexicano Augusto Monterroso, a quien le bastaron pocas palabras para dejar al mundo mundo boquiabierto con un texto esencial para entender este género, por su originalidad e intensidad, como el que en 1959 decía: “Cuándo despertó, el dinosaurio seguía allí”. De allí que para muchos constituye el cuento más corto y conocido en habla hispana, ejemplo de la extraordinaria capacidad con la que se pueden introducir personajes claros; nociones de tiempo y espacio; introducción, planteamiento y desenlace en una fórmula de elementos mínimos, pero certeros y contundentes.
¿Cómo extender las lógicas del microrrelato a la cocina? ¿Cómo usar recursos mínimos para lograr máxima expresividad? En un ejercicio de creatividad, preguntamos a nuestra comunidad por formas alternativas de acabar el microrrelato de Monterroso buscando entrenar el músculo de la fluidez. Este fue el resultado: